En Septiembre de 1952, la Revista Life publicó un reportaje de 7 páginas realizado a la señora Bush.
A continuación, vamos a traducir ese reportaje, acompañado de las fotos de las páginas de ese reportaje.
La revista se publicó el lunes 8 de septiembre de 1952, el periodista que realizó la entrevista se llamaba Milton Lehman, comenzaba en la página 83 y terminaba en la página 95 de la revista.
Agradecemos a María Laura Curzi por la traducción:
La primera mujer conductora
La A.A.A. homenajea a la conductora que obtuvo su licencia en 1900, nunca tuvo un choque.
Junto a las suegras y los hijos del plomero, las mujeres que manejan son el objetivo más usado por el humor, que asume que las mujeres siempre hacen señas a la izquierda cuando van a doblar a la derecha, se adelantan para pasar cuando en realidad planean estacionarse y abollan el 85% de los paragolpes en los EE.UU. en cualquier año. Sin embargo, esta etiqueta definitivamente no puede aplicarse a la señora de Walter M. Bush. La Sra. Bush, una abuela de pelo canoso de 73 años de Concord, Massachusetts, fue la primera mujer con licencia para manejar de los Estados Unidos. Nunca realizó una señal equivocada, nunca abolló un paragolpes, nunca excedió el límite de velocidad, nunca la paró un policía. La señora Bush, sin embargo, no ofrece una respuesta completa a los antifeministas del camino. Dejó de manejar en 1903.
[Epígrafe de la foto: "Señorita Locomobile" fue el título no oficial que le dieron a Anne French en 1900 cuando apareció en las calles de Washington en este auto a vapor. Todavía modelado como los carros de caballos, su motor a vapor se alojaba bajo el asiento y el eje trasero. Ella tenía que agarrar su sombrero para evitar que se volara cuando circulaba a 9 millas por hora (15 km/h).]
Recientemente entré en el multitudinario tráfico de 1952 desde Washington D.C. hasta South Brooksville, Maine, para visitarla en la casa de verano de su hija. Mientras hablamos, su nieto Lincoln Smith trabajaba en el jardín, metido hasta las caderas en las partes de su Ford convertible de 1939, que se compró con lo que gana en la recolección de arándanos. Sentada en la terraza del frente mirando las aguas azules del Puerto de Bucks, la Sra. Bush estaba encantada de recordar los días cuando era Anne Rainsford French, una belleza de Capitol Hill, con licencia para manejar vehículos a vapor y Miss Locomobile de 1900.
Este mes la vigorosa señora Bush volverá a Washington en persona para ayudar a la American Automobile Association a celebrar su Jubileo Dorado como la mejor amiga de los conductores. En ese momento, el Cuerpo de Bomberos del Districto de Columbia prometió que ella podría consentir sus ganas de andar en un autobomba rojo por la Avenida Pennsylvania. Así, el Cuerpo de Bomberos reparará una larga deuda. Ya que hace más de 50 años Anne French y su padre quitaron los cabalos de bomberos por los vehículos.
[Epígrafe: ANNE A LOS 73 AÑOS, como volando. Pero nunca manejó un auto nunca más.]
Esto tiene una pequeña explicación: el padre de la Sra. Bush, William Bates French, era uno de los doctores más conocidos de Washington y entre sus tareas estaba la de ser médico del Cuerpo de Bomberos del Districto. El Dr. French decidió un tratamiento drástico. Su hija y él manejarían el vehículo a vapor hasta el cuartel y se quedarían ahí, mientras los caballos resoplaban y se encabritaban, hasta que el Locomobile reventara ruidosamente su válvula de seguridad. Después de varios tratamientos así los caballos se calmaron y el Dr. French pudo declararlos curados de su fobia a los automóviles.
Mientras la señora Bush se alegra de su rol pionero, sus experiencias nunca impresionaron mucho a sus nietos. Cuando le dijo a Lincoln, alumno de secundario y piloto de hodrot, que el límite de velocidad del Districto era de 9 millas por hora (15 km/h) y que a su padre lo multaron una vez por ir a 12 millas por hora (19 km/h), el motor se paró. Su nieta universitaria, Rachel, estaba más atraída por la ropa que la abuela usaba para manejar que por sus habilidades mecánicas. «Si el auto se rompía, ¿podías conseguir un amigo hombre que lo arreglara?» preguntó Rachel. «Seguro que no», dijo la Sra. Bush. «¡Yo sabía más de motores que ellos!».
[Epígrafe, foto de la izquierda: COMO MODELO, Anne posó para esta estatua representando a "América", creada por su tío, Daniel Chester French. El tío Daniel una vez salió de paseo con Anne en su Locomobile, luego anunció cortesmente que todavía prefería los caballos.]
«¡Solo trato de hacerles entender a los chicos como nos sentíamos!» dijo, recostándose en una reposera. «Parece que no hablamos el mismo idioma. No es que yo sea una tortuga», agregó la señora Bush. «Hace 15 años mi hermano menor me llevó hasta Washington en su pesado Chrysler y nuestra velocidad crucero era de 90 millas por hora (145 km/h). Me encantó y no hice ningún manejo relajado. Cuando llegué a Washington mi hermana me llevó a un vuelo turístico sobre la ciudad. La pasé bien y lo haría de nuevo. Pero el viejo Locomobile era mucho más emocionante que eso».
Como Anne Rainsford French, la primogénita del respetado médico de Washington, vivía en una casa acomodada con servidumbre en el barrio de moda de entonces, East Capitol Street. Su familia estaba entre la aristocracia de la ciudad y participaba activamente en temas locales y nacionales. El tío Benjamin Brown French, mayor del Ejército, había sido empleado de la Cámara de Representantes y amigo del presidente Lincoln. Otro tío fue un escultor famoso, Daniel Chester French; Anne posaba seguido para el tío Daniel —«por supuesto, vestida» siempre decía su madre— y entre otras cosas, se convirtió en la modelo para dos figuras de un grupo delante de la vieja Custom House de Nueva York, un ángel en el cementerio de Boston y las piernas de George Washington.
[Epígrafe: COMO BELLEZA, Anne también encontró tiempo para la ocupada temporada social de Washington a comienzos del siglo pasado.]
El hogar de los French se centraba en el Dr. Bill, un médico pelirojo de barba roja, que se hacía tiempo para ser partero y ocuparse de las enfermedades para realizar experimentos en bacteriología. Con uno de los primeros microscopios privados de la ciudad, realizó pruebas para el Dr. Walter Reed en el estudio de la fiebre tifoidea y la fiebre amarilla. Anne a veces lo ayudaba en el microscopio, haciendo dibujos de lo que veían en las láminas. Solo a los 20 años, Anne llamó a su padre "Bill" con su aprobación.
«Bill tenía dos ideas que eran raras para esta época,» recuerda la Sra. Bush. «Primero, creía que las chicas podían ser útiles como adornos, y segundo, realmente le disgustaban los caballos. Decía que si les dabas media chance siempre se rebelaban. En realidad, no era buen jinete. Cuando los de Lobomobile abrieron su negocio en la Avenida Connecticut en 1899, no podía esperar para ir».
El Locomobile fue el nombre tardío del "Stanley Steamer", producto de F.E. y F.O. Stanley, granjeros de Maine y mellizos idénticos, que usaban barbas idénticas, la misma ropa y firmaban con igual escritura. En la década de 1890 se había probado tres reemplazos para los caballos: el auto eléctrico, que dependía de recargas continuas de su batería de almacenamiento; el motor de combustible o "explosivo", que andaba con un rastro de humos nocivos y mucho ruido metálico; y el a vapor, que dependía de un calentador de agua encendido por gasolina. En 1899 parecía el más práctico de todos. La producción en masa de Henry Ford y la era de la nafta todavía estaban en el futuro.
Así que una mañana de septiembre de 1899, el Dr. French declaró: «Annie, ¡vamos a ver este aparato a vapor!» Según lo recuerda la Sra. Bush, apenas vieron al Locomobile se enamoraron a primera vista. «Era una cosa hermosa». Observó la señora Bush. «Estaba ahí con elegante dignidad negra con su carrocería Stanhope sobre cuatro neumáticos de bicicleta. Su tablero era todo de cuero patentado y la cadena todavía estaba en su lugar como seguro para el comprador que tendría que subirse al caballo en alguna ocasión. Bill protestó solo por la cadena; no le encontraba sentido. Pero su milagro se escondía como los tobillos de una respetable dama. Bill hizo que el vendedor levantara el asiento para ver el motor».
Había solo un Locomobile en el negocio, un modelo de demostración, que el vendedor presentaba con un discurso tranquilo de venta. Citó el lema de la nueva compañía: «Confiabilidad, seguridad, comodidad, simplicidad, velocidad y bajo costo». Apuntó a la palanca manual que controlaba y admitía el vapor a los cilindros; la palanca más larga de la dirección; los faros de acetileno, el pedal de freno; la bocina para advertir a los peatones. «¿Le gustaría dar un paseo, Dr. French?» sugirió.
«Más vale», declaró el doctor. «Annie, esperame acá hasta que volvamos».
Cuando el Locomobile volvió al salón de ventas, después de un viaje de varias cuadras, el Dr. French estaba sentado con confianza junto a la palanca, sus ojos azules brillaban y el vendedor hacía su primera venta. La Sra. Bush todavía recuerda este monólogo. «Esto significa el final del caballo», anunció el doctor French. El vendedor asintió. «Todos van a querer uno». El vendedor estuvo de acuerdo. «Nadie sabe a donde nos llevará esto». «Correcto, señor», dijo el vendedor.
El Locomobile de French llegó a pincipios de diciembre (precio: $8600 dólares). A partir de ahí, el Dr. French se negó a tener ninguna relación cercana con los caballos. Como su vida de alguna forma todavía estaba alarmada por la nueva máquina, el doctor French llevó a Annie en su primer manejo profesional y en las llamadas profesionales. Cuando llovía se cubrían con impermeables y lonas de goma, y Anne, demostrando su utilidad, colocaba un paraguas sobre la cabeza del doctor. Mientras tanto dominó todos los recursos para pedir su derecho a manejar. En la que probablemente fue la primera batalla familiar por el auto de la familia, ganó la hija.
Anne apuntó que el Locomobile, dejado sin atención en la casa de un paciente, rápidamente perdería la cabeza de vapor y requeriría varios minutos para alcanzar la presión. Sin embargo, si ella podía manejar, mantendría el carruaje en movimiento, andando con mucho cuidado alrededor de la manzana hasta que el doctor estuviese listo para su siguiente paciente. Y en caso de que se secara la caldera y el doctor estuviese obligado a traer agua, ella se quedaría de guardia al lado de la máquina.
Contra tal razonamiento el Dr. French argumentó débilmente que nadia podría manejar inteligentemente hasta que hubiese dominado los principios de la ingeniería a vapor. Estos principios incluían: desarmar, reensamblar y nombrar las partes del motor. Así que los domingos a la mañana, Anne seguía calmadamente a su padre hasta el establo cercano donde guardaban el vehículo. Lo miró desarmar el motor, poner las partes sobre una tela limpia, pulirlas, limpiarlas y aceitarlas con una pluma. Mientras miraba por sobre su hombro, el Doctor French nombraba y explicaba los cilindros, pistones, barras de conexión, la rueda de la cadena y la cadena. Una mañana mezcló las partes en la tela y le ordenó que las junte. Ella lo hizo. Después de eso la entrenó en las reglas de manejar y la dejó probar sus habilidades.
«Apagá la potencia antes de poner los frenos», le advirtió. «No agarres la palanca de la dirección, sino manejala con suavidad. No es el cuello de un pollo. Cuando llegues a la curva para frenar, primero disminuí la velocidad y usá el freno gradualmente. Y acordate siempre de ser cortes con los menos afortunados». Los menos afortunados, según lo veía el Dr. French, eran todos los que no tenían un Locomobile. Anne pasó su última prueba, y se convirtió en la chofer de medio tiempo de su padre.
En ese momento, en Washington los vehículos sin caballos estaban limitados a nueve millas por hora (15 km/h) en las avenidas principales, siete en las calles, cinco en las intersecciones y cuatro en las curvas. Cuando el conductor de un caballo o carruaje mostrara alarma, el vehículo sin caballos tendría que retirarse de la calle. Washington fue un poco más tolerante que otras localidades. Boston excluyó a todos los vehículos sin caballos de los parques entre las 10:30am y las 9:30pm y prometió arrestar a los motoristas que no tocaran bocina en cada intersección; la ley del Estado de Nueva York requería que cada vehículo a vapor fuera precedido a un octavo de milla por una "persona adulta" para advertir a los caballos; una ley federal especificó que nadie podía subir un vehículo a gasolina en un ferry sin sacarle antes toda la nafta del tanque; algunas ciudades incluso consideraron leyes que exigían a los motoristas parar cada 10 minutos y encender bengalas.
Hasta noviembre de 1899 no se exigía ninguna licencia en Washington para los conductores de ningún vehículo sin caballos. Pero los comisionados del Districto, evidentemente influidos por la gente que sentía que los vehículos a vapor eran peligrosos, dictaminó que los operadores de estos vehículos tendrían que sacar una licencia. Los operadores de las máquinas a vapor en las fábricas tenían licencia, observaron, lógicamente, que el nuevo Locomobile era una máquina a vapor portátil. Por lo tanto, dictaminaros que los conductores de máquinas a vapor aplicarían para la licencia de ingenieros de vapor y pagarían un impuesto de $3 dólares.
[Epígrafe: PRIMERA LICENCIA, fue este permiso de ingeniera de vapor. Anne compartió los honores de manejo precoces con dos consejales y Wu Tang-Fang, el ministro chino.]
«No creo que los examinadores estuvieran felices cuando pasé», declaró la Sra. Bush. «Seguro que no buscaban mujeres ingenieras. Fueron muy corteses, pero no sabían que preguntarme. Estaba muy preparada para desarmar el motor y rearmarlo. Dijeron que no sería necesario y solo me pidieron que nombrara algunas partes. Antes de terminar, llevé a todos los comisionados alrededor de la cuadra para mostrarles lo seguro que era. Unas pocas semanas después obtuve mi hermosa Licencia de Ingeniera de Vapor, Clase Locomobile».
Los diarios de Washington esribieron sobre el logro de Anne French, pero notaron que era la «primera mujer ingeniera debidamente capacitada en Capitol City», no que era, en realidad, la primera mujer con licencia de manejo. El Washington Post agregó graciosamente que «tiene estatura media, es regordeta y linda, con aspecto deslumbrante e insondables ojos azules. Sus hombros son absolutamente perfectos desde el punto de vista artístico».
Eso, naturalmente, llevó a que sus dos hermanos más chicos la apodaran "Vieja Insondable". De hecho, la mayoría de su familia, estaba enojada por su osadía. Pero la oposición más grande vino de la niñera negra, que había estado con ellos por dos generaciones y era una custodia celosa de la reputación de la familia. La voluntad de manejar de la señorita Annie la chocó profundamente.
«Siempre obedecimos a la niñera», dijo la Sra. Bush. «Cuando anunciaba solemnemente, "¡Los French no hacen eso!" no lo hacíamos. Por lo menos no hasta el Locomobile».
«Arriba de ese motor encendido»
La niñera aprobó lo que el Dr. Willie aprobó. «Para él estaba bien y era apropiado tener una máquina a vapor», dijo la señora Bush, «o cualquier cosa que tuviera ganas, porque era el favorito de los muchos chicos que crió y ordenó. Pero no estaba para nada bien conmigo. Mientras me ayudaba a vestirme para manejar, se paraba susurrando amenazas y profetizaba: "No voy a tenerte sentada arriba de ese motor encendido, y responsable de explotar en cualquier momento y volarte de la calle, muerta, ¡y que todos vean tus piernas!"» La niñera estaba segura de que ningún hombre estaría interesado en «cualquier mujer que no se queda donde pertenece y actúa femenina»Sin embargo, en realidad, el Locomobile mejoró el estilo de Anne, en lugar de dañarlo. Su novio estaba encantado de salir con ella. Aunque su orgullo principal sufriera porque era ella la que manejaba y era ingeniera del auto, siempre los consolaba el hecho de que el vehículo tuviera dos asientos. Mientras el Locomobile llamaba bastante la atención y tenía el techo abierto, era una mejora moderna sobre los vehículos a caballo con mucho espacio para el acompañante.
La Sra. Bush me recordó que nunca antes, ni desde que las chicas estadounidenses estaban más abundantemente vestidas, el vestido de una doncella se extendía desde la base de su mentón a las plantas de sus pies, con una larga cola arrastrando detrás. Aunque tales ropas tendían a molestar a una ingeniera de vapor, Anne aprendió a manejar su cola sin enredarla en el pedal de freno y la bocina de aviso. «Mis mangas largas y manoplas de chiffon eran más fáciles de usar», dijo. «La palanca de dirección era simple y no requería mucho movimiento del brazo, y claro en ese tiempo no hacíamos señales con el brazo. Las damas se suponía que mantenían sus manos dobladas tranquilamente en su regazo».
Cuando no era chofer de su padre, los viajes de Anne sola en la manija eran estrictamente dentro de los límites de la ciudad: viajes a la casa de un primo a 10 cuadras, visitas a los cuarteles del puerto donde el padre de una amiga era comandante, ir hasta Velati el negocio de dulces. No tenía permitido manejar sola por Georgetown e incluso el Dr. French nunca llegó tan lejos como Baltimore, a 40 millas por la ruta llena de baches y tapada de tierra. «Puede que se haya conseguido caballos de granja para sacarlo cuando quedaba empantanado», declaró la Sra. Bush. «Pero, mi padre no quería tener mucho que ver con caballos. Sentía que el Locomobile podía andar solo en sus propias ruedas».
El doctor French creía que su vehículo a vapor era una responsabilidad, o un crusada, e insistía en los buenos modos con la palanca de dirección. «Me decía», recuerda la Sra. Bush, «si hay alguien a la vista, dales espacio, ¡dales espacio!» No recuerdo a nadie gritándome: «¡Comprate un caballo!» pero supongo que la gente no nos diría eso. Una vez vi a un nene en la curva preparándose para disparar algo, pero después si madre lo retó y le dijo: «Salí de acá, ¡es el doctor French!»
«Claro que tuvimos problemitas cuando teníamos que alejarnos de algún caballo», sigue la señora Bush. «La gente de Locomobile no pensó en ir para atrás y nuestros frenos no funcionaban en reversa, así que teníamos que desacelerar lentamente y parar en una curva. Bill con frecuencia se quejaba de que andábamos más millas marcha atrás que para adelante debido a los caballos. Sentía que los humanos eran la causa principal para que los caballos se pusieran nerviosos, "Si los jinetes no se pusieran nerviosos, tampoco lo harían los caballos", decía».
El doctor era pelirojo y tenía caracter fuerte. Pero siempre se las arregló para tenerlo bajo control mientras le enseñaba a la gente las ventajas del Locomobile. La Sra. Bush todavía recuerda una de las pocas veces que realmente se enojó con los peatones. «Íbamos por la calle East Capitol cuando dos damas con sus vestidos largos estaban por cruzar», dijo. «Mi padre frenó por completo y las dejó pasar, pero ellas se quedaron ahí paradas. Luego, se pararon a propósito delante del Locomobile riendose de nosotros. Bill no dijo una palabra. Solo paso por arriba de las colas de sus vestidos».
Los hermanos menores de Anne, Rainsford y Morrison tenían un taller completamente equipado para mantener el Locomobile en reparación. Como en esos días no había talleres, los hermanos daban el servicio sin cobrarles a los amigos. Con su padre también idearon varios esquemas sin éxito para mejorar el automóvil, entre ellas una noción temprana de neumáticos a prueba de pinchaduras. Inflaban los delgados neumáticos de bicicleta con pesada melaza residual, como también aire, creyendo que la melaza se supuraría lentamente y les permitiría llegar a casa para repararlas. A pesar de sus experimentos las melazas salían a borbotones, a menudo con las suposiciones de los dueños ofendidos, lo que obligaba a los jóvenes inventores de reparar el neumático y limpiar el lío inmediatamente.
Como la mayoría de los motoristas al comienzo del siglo los French se suscribieron a The Horseless Age, un nuevo periódico dedicado a sus esperanzas, intereses y problemas. Pero como sus propias experiencias de manejo eran serenas, fueron sorprendidos con muchas grandes sonrisas por los reportajes escritos en The Horseless Age por los primeros motoristas. Resoplaron con un informe triste llamado "Una Experiencia en un Carruaje a Vapor", daclarando que el autor sin dudas se había metido en problemas con una bicicleta. En sus primeros viajes, el autor se quejaba que se le enganchaba el sobretodo varias veces en el acelerador. Una vez que sintió «las piernas extraordinariamente cálidas y húmedas. Este fenómeno se probó que era debido a una pequeña filtración de vapor en el acelerador». Cuando saltó la válvula de seguridad, la forzó de nuevo con un palo. Finalmente trató con descuido de encender el fuego bajo un calentador vacío. El calentador volvió a la fábrica. «Estas experiencias variadas», concluía el autor «me llevaron a preguntarme si no había arrancado una fruta verde, que el tiempo podía mejorar».
El Dr. French no tenía paciencia para esa ineptitud. Todo el tiempo que tuvo su Locomobile no tuvo ningún problema. «En tres años de manejo, solo tuvimos dos accidentes», recordó la Sra. Bush. «Una vez un joven que jugaba al gallito ciego chocó de frente contra el tablero. El tablero se rajó un poco. Otra vez, cuando estacionábamos cerca de Woodward y el negocio de Lothrop, uno de sus caballos se comió la esquina del tablero. En ese tiempo no teníamos seguro, pero el Sr. Woodward pagó por las reparaciones».
El doctor French nunca fue molestado por esas calamidades. Lo que le causó problemas fue el deseo de la municipalidad de cobrar un impuesto a los motoristas sin dar caminos decentes o servicios. En 1903 se enojó cuando los comisionados del Districto dictaminaron que todos los automóviles debían en adelante llevar una etiqueta de licencia. «¡No propongo que nos etiqueten como a los perros!» estalló.
Juntó a todos los dueños de automóviles del Districto a una reunión secreta en su casa, determinado a «sacar esta basura». «Aparecieron unos 20 hombres», recuerda la Sra. Bush. «Estacionaron sus autos a vapor en la calle como escarabajos enojados y se juntaron con papá en la sala de estar. Pidieron a los comisionados, sin resultado. Después de varias semanas mi padre abandonó la lucha y se anotó para su número de licencia. Cuando los comisionados le dieron el número 9, se puso furioso de nuevo, sintiendose despreciado porque no le habían reservado el número 1, a él que fue el primer dueño de un auto en la ciudad».
«Ese año me casé y me fui a Springfield, Mo.», dijo la señora Bush. «No había autos en esa ciudad. Hasta que nos mudamos a Baltimore 10 años después, no teníamos auto».
En Baltimore, el Sr. Bush invirtió en un nuevo Paige, pero siempre lo manejó él. Ocasionalmente, en los paseos de los domingos con sus dos hijos, la Sra. Bush le recordaría amablemente que ella era la primera mujer en tener licencia de conducir en el país. El señor Bush no estaba impresionado. «Manejar es cosa de hombres», le diría. «Las mujeres no deberían mancharse con las máquinas». La Sra. Bush asentía en silencio y decía «Sí, Walter».
[Epígrafe: CONDUCTORA Y SUS DESCENDIENTES: toman te en el jardín en Maine. Con la hija de la Sra. Bush, esposa de Benjamin Lincoln Smith y su nieto Lincoln. El marido de la señora Bush, un ingeniero que construyó el ferrocarril en Perú, murió en 1928.]
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